TE DEBÍA ESTAS PALABRAS, TÍA MARU

TE DEBÍA ESTAS PALABRAS, TÍA MARU.

Ha pasado casi un mes de clases;
aún se hace difícil ver toda la claridad del sol
al iniciar cada día…
y no es por el otoño,
silencioso y oscuro compañero.

Tampoco veo la sonrisa de aquellos niños,
pequeños diamantes en la aurora virginal,
corriendo a ti para saludarte contentos,
cuando llegábamos al Colegio,
aunque ya cursaban el 1°, 2° o 3°.
Ellos no olvidan a la Tía
que les enseñó la belleza de aprender.
Son niños, no adultos.

¿Recuerdas cuando,
al otro día de tu “desvinculación”
(¡qué eufemismo!)
algunas mamás te sugirieron
“¡deje todo Tía!
vaya tranquila”
a modo de protesta?
Tu palabra serena y certera: NO
… tu deber estaba con esos niños
que aprendieron a quererte.

Y yo lo entendí:
sólo la prepotencia
y la pusilanimidad
se ocultan en la oscura mediocridad.
Tu sello personal y tu carisma
son claros y transparentes
como la mirada diáfana de los niños.

Cumpliste tu deber hasta el final,
hasta el último segundo.
Sólo cuando te prohibieron la entrada
(infame despedida),
las frías salas dejaste de iluminar.

En las aulas del Jardín
tu presencia milagrosa de veinte años,
es el eco que reclama de tu amor.

Hoy inicias un nuevo camino,
junto a otros niños,
descubriendo otros tesoros.

Y no estás sola.
Cuentas con el amor
y la comprensión de tu hija que te ama.
Ella entiende
que el tiempo robado a su atención,
para regalarlo a otros niños,
se multiplicó en amor…
Hoy la cosecha es luminosa.

Cuenta con el amor incondicional
y la admiración sin límites
de tu compañero de senderos.

Quien al dejarte cada mañana,
a algunas cuadras del Colegio,
te lleva en el corazón,
como a su espada un caballero.


Fueron veinte primaveras, luminosas.
Hoy, el largo otoño ¿cederá?
Cederá el otoño umbrío
e inauguraremos
otras primaveras.

Juntos como antes,
como ahora,
como siempre.